DIAS
CARNAVALESCOS EN MAR DEL PLATA
El
elegante balneario ha congregado durante este carnaval una
buena parte de la mejor sociedad bonaerense, que se ingenia
para pasar el rato de la manera más agradable y menos
onerosa.
La
charla en la rambla o en los vastos salones del Bristol,
es interminable, y se rememoran, como de paso, todos los
incidentes de aquella vida de la playa muy «fashionable»
y muy reconstituyente, pero un poco monótona.
Los
focos de atracción son la distinguida señora
de Mantegazza, con su hermosa voz; el doctor Pellegrini,
jugador incansable de carnaval y perseguidor de aventuras
alegres; el señor Tornquist; el ministro Escalante;
el señor Udaondo y la pléyade de hermosas
damas que ha instalado sus reales en el Bristol.
Los
doctores Miguel Cané y Mariano Paunero, veteranos
de las playas de mar y apasionados admiradores de lo bello,
deleitan con su amena conversación, y son los preparadores
obligados de las conferencias políticas más
o menos casuales y de los acercamientos entre los espíritus
más distanciados.
El
carnaval en el balneario no tiene sino un cultor: el doctor
Pellegrini.
Los
demás turistas no son sino aficionados que acompañan
por compromiso al ilustre hombre público, encendiéndole
una vela a una débil esperanza, por «un por
si acaso», como dicen los criollos.
En
esto, como en los propósitos de los que dicen que
van a bañarse, cuando en realidad se dirigen al aristocrático
pueblo con el objeto de ver si la suerte es más asequible
que las encumbradas posiciones políticas, ocurre
el mismo fenómeno que no se escapa al menos hábil
observador.
Y
el doctor Pellegrini, que no se ha hecho ilusión
ninguna acerca del afecto o la adhesión de quienes
le acompañan a divertirse con cierta parsimonia,
tuvo ocasión para decir sin asomo de ironía:
-La mayor parte de los que vienen aquí creen que
están en carácter disfrazando sus intenciones.
Más
que nuestros afamados estadistas en activo servicio o en
receso, a quienes les impide participar de la fiesta, su
renombre o su edad, se han divertido los aficionados al
baile, quienes han tenido sucesivas oportunidades para dedicarse
a ese placer que habrá inspirado, aunque no la haya
vivido, alguna página al autor de «Juvenilia»
Caras
y Caretas del 28 de febrero de 1903